miércoles, 16 de enero de 2013

FE

A decir verdad, la intimidad con Dios es una disciplina, no un sentimiento.  La fe se gana con  perseverancia y fidelidad. Porque hasta en eso nos prueba Dios. Pedimos fe, pero es Él quien determinará la medida, en la misma proporción en la que estemos comprometidos. Es increíble como en todo y para todo somos nosotros mismos quienes le ponemos la limitante a Dios. Tal vez es momento de borrar líneas y en su lugar pintar de esos horizontes celestiales llenos de gloria. 
Por tanto: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis....No sea que habiendo sido heraldo para otros yo mismo venga a ser eliminado.” Disciplina:“… sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre…”
Los amo grandemente, el Señor desea que crezcamos, que dejemos las rencillas, que maduremos en su verdad, que le busquemos con diligencia.  ¡Ay! Si supiéramos. Si creyéramos. Si en verdad hiciéramos, entonces veríamos verdaderas maravillas. Y no solo veríamos milagros, sino que seríamos parte de esos milagros.  Dios nos usaría para cumplir sus propósitos en nosotros y en otros.  
Dime hoy, ¿qué vas a hacer? Depende de ti, nadie trabajará tu fe por ti

jueves, 10 de enero de 2013

¿Qué puedo hacer?

          El lugar: A orillas del mar de Galilea; la problemática: Una multitud muerta de hambre. En esta ocasión, dado cierto problema, Jesús le preguntó a uno de sus discípulos qué podía hacer éste al respecto.

         La Biblia relata: “Cuando Jesús alzó la vista y vio una gran multitud que venía hacia él, le dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente?” (Juan 6:5 NVI).

        Quien alguna vez ha tenido la oportunidad de ser voluntario y repartir comida, sabe qué tan difícil es primero conseguir y luego distribuir los alimentos a unos pocos cientos de personas. Imagínense ahora a miles reunidos, probablemente cansados y sobretodo hambrientos, es como alimentar a un pequeño pueblo o aldea. Los individuos no siempre son organizados, y manejar esa magnitud de gente sería tarea de varios. Sin embargo, Jesús le pregunta a uno solo, “¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente?

        Las dos respuestas que recibe más adelante refleja en gran medida lo que sucede en nuestros corazones cuando Dios nos asigna una tarea. La primera, que la da Felipe, fue: “Ni con el salario de ocho meses podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno” (V. 7). Yo no estaba cuando sucedió esto, pero me imagino a Felipe pensando, «Señor, son demasiadas personas; es imposible que podamos alimentarlos a todos». 
 
         ¿Cuántas veces no nos hemos sorprendido a nosotros mismos diciendo algo así como “yo no puedo hacerlo” o “esto es demasiado para mí solo”; tal vez alguna vez han pensado “quiero servir en la iglesia, pero no sé hacer nada”. Nos aferramos a un razonamiento humano, basado en lo que creemos que podemos lograr o lo que no. Nos limitamos a nosotros mismos y limitamos las obras que Dios puede realizar a través de nuestras vidas.

        La segunda respuesta proviene de Andrés, hermano de Simón Pedro. Él dice: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?” (V. 9). Aquí vemos algo interesante. Verán, la respuesta de este discípulo a la situación fue semejante a decir «Señor, aquí hay algo, pero no es suficiente, es lo mismo que no tener nada». ¿En cuántas ocasiones hemos reconocido que podemos hacer las cosas meramente bien, pero que no da abasto para lo que se requiere? Por ejemplo, “canto un poco y me gustaría estar en alabanza, pero es que no alcanzo tonos muy agudos”; o, tal vez, “Los niños me gustan, pero no tengo la paciencia necesaria para enseñarles en la escuela dominical”. 
 
        A diario ponemos excusas para no usar los dones y talentos con los que el Señor nos ha provisto. ¿Pero se han preguntado qué pasaría si dejáramos lo poco que sabemos en manos del Señor? En los versículos del 11 al 13 obtenemos la respuesta: 
 
11Jesús tomó entonces los panes, dio gracias y distribuyó a los que estaban sentados todo lo que quisieron. Lo mismo hizo con los pescados.
12Una vez que quedaron satisfechos, dijo a sus discípulos: —Recojan los pedazos que sobraron, para que no se desperdicie nada.
13Así lo hicieron, y con los pedazos de los cinco panes de cebada que les sobraron a los que habían comido, llenaron doce canastas.

        Si nos ponemos al servicio de Dios, y permitimos que nos use para su obra, seremos como el siervo fiel que entregó a su amo el doble de dinero que éste le había dejado a su cuidado. Siempre que en nuestro corazón el principal objetivo sea expandir el reino de los cielos, entonces el Señor usará lo que somos y nos hará crecer espiritualmente hasta que termine la obra que empezó.