sábado, 29 de diciembre de 2012

Deténgase




“Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte.” Proverbios 14:12.

Hace un tiempo, mientras hablaba con uno de mis líderes, discutíamos intensamente el porqué de que algunas personas se alejaran de la iglesia. Al final escribimos una disertación de varias páginas a la que titulamos “¿Cuál es tu síndrome? Pequeños grandes detalles que te alejan de Dios.” Una de las conclusiones a las que llegamos lidiaba con el hecho de que muchas veces hacemos cosas pensando que están acordes con los deseos de Dios, pero que en realidad van en la dirección contraria. Para poner un ejemplo, uno de los síndromes lleva por nombre Síndrome del versículo favorito (o del hay algo más importante que lo que dice el Pastor); y los síntomas de éste consisten en que al momento de recibir instrucción, ya sea mediante la prédica o un estudio bíblico, en lugar de escuchar al pastor, nos la pasamos pensando en un versículo, pasaje o historia favorita de la Biblia, desechando de esta manera la nueva enseñanza que Dios quiere impartir en nuestra vida y conservando solo una fracción de toda la verdad que el Señor quiere que recibamos. Podríamos razonar, «pero si estamos pensando en la palabra de Dios». Sí, eso es cierto, ¿pero aprenderíamos algo en la escuela si el maestro permaneciera durante todo el año en la primera lección? Un acto tan inofensivo como este puede hacer que perdamos la bendición divina.

Entonces esto me hace pensar, ¿cuántas cosas no estaremos haciendo, creyendo que son correctas y acertadas, que en realidad nada tienen que ver con el propósito del Señor para nuestras vidas? ¿Cuáles detalles del día a día no están haciendo mella en la salud espiritual de cada uno de nosotros? Este es el momento de detenerse y meditarlo. Deténgase, examínese, y compruebe si en realidad aquellas decisiones que toma suponiendo que Dios las respalda, están siendo efectivamente avaladas por el Padre. Recuerde, los malos caminos suelen estar empedrados de buenas intenciones.

Foto: Omar Ureña.

viernes, 28 de diciembre de 2012

El Huerto Maravilloso



Sin santificación no se obtienen frutos. Solo por el toque del Espíritu Santo se puede lograr exterminar aquellas actitudes y comportamientos que envenenan nuestra alma. Únicamente al permitir que el Espíritu de Dios nos transforme, es cuando veremos en nuestras vidas frutos dignos de arrepentimiento. El mejor ejemplo que puedo darles es una historia donde se muestra a la perfección esta mecánica. 

Había una vez un huerto donde abundaba el pasto, los riachuelos y cuyo firmamento era siempre azul y nunca se volvía de noche. Los hombres que llegaban a esa llanura, fascinados, pedían quedarse a vivir en ese lugar. El cuidador del huerto les respondía que podían quedarse allí con la condición de que se volvieran árboles que dieran fruto. Algunos de esos hombres, temerosos por las palabras que dijera el cuidador, dieron la espalda y regresaron por donde habían venido. Otros recibieron el toque del cuidador para transformarse en árboles, pero al ser un proceso tan doloroso, también dieron la espalda y regresaron por donde habían venido. Por último, hubo un grupo de hombres que se dejó transformar por el cuidador del huerto, y soportando el proceso de santificación, se volvieron árboles frondosos que dieron abundante fruto; pues estos tenían en su corazón la mirada fija en pertenecer al huerto maravilloso que regresar a las tinieblas de donde habían salido.


Foto: Omar Ureña

domingo, 23 de diciembre de 2012

Como Tú quieres que yo sea

Esta es una canción que escribí en un momento en el que entendí que mi meta es ser una digna hija del Rey. La grabación no es perfecta, pero si quieren escuchar la canción pueden hacerlo en el siguiente enlace.
Haz click aquí para escuchar la canción
I
Tan grande y tan bueno eres tú mi Dios.
Conmigo estás, no me dejarás.
Tan grande y tan bueno eres tú mi Dios.
Tu presencia está en este lugar.

Y aunque sé que no soy perfecto y te he fallado,
Eres tan grande y bueno que me has perdonado.

(coro)
Como tú quieres que yo sea (x3),
Hazme hoy como a ti Señor.

II
Tan grande y tan bueno eres tú mi Dios.
Libertad me das, paz y eternidad.
Tan grande y tan bueno eres tú mi Dios.
De tu bondad quiero más y más.

Es que tu amor por mí va más allá de las estrellas,
y por tu gracia infinita soy libre de cadenas

(coro)

22 de Diciembre: Desde la Sala de un Hospital

Aun reinaba la noche. Apenas me levanté de la cama fui hasta el computador, Biblia en mano, y me senté a estudiar. En cada ocasión me pregunto qué lecciones tendrá Dios para mí. Apenas termino y abro el explorador para luego escribir la dirección de Facebook. Me he creado la costumbre de compartir hasta cierto punto lo que el Señor comparte conmigo. Pero esta ocasión fue diferente, totalmente inesperado. Alguien a quien nunca le había hablado escribió en su muro la situación crítica de su hijo, quien acababa de salir de un trasplante de hígado y esperaba una importante donación de sangre. No lo dudé por un segundo, le escribí un mensaje diciéndole que Dios estaba en control. Oré por él, a la distancia, de un hemisferio al otro, y recibió paz. 
 
Al despedirme del caballero escribí: “Nos vemos, que me espera tremendo día”. Yo no tenía idea de cuán ciertas serían esas palabras. Ahora, desde la habitación de un hospital, en la penumbra provocada por la tenue luz amarilla del pasillo, me pregunto si Dios no me estaba preparando para los acontecimientos que ocurrirían a solo unas horas de haberme despedido del señor del Facebook, si Él esperaba que yo recordara las mismas palabras que le dijera al argentino. Es muy probable que fuera de esa manera.

A las nueve de la mañana salí de casa con un bolso rojo rumbo a la Plaza de la Salud, acompañada de mi hermana, mi papá y su esposa, a quien llevábamos de emergencia por un abdomen agudo, y quien apenas cinco días antes había salido de una cirugía de apendicitis. Mientras iba en el auto pensaba, yo solo he venido a orar, solo he venido a orar, y cuando hablaba con Dios los ojos se me anegaban en lágrimas, y sentí pavor. Nunca antes había contemplado una mirada tan llena de dolor y miedo como lo vi en los ojos de ella; ella, a quien siempre he visto como una roca fuerte, una mujer de pelea, que esconde el dolor como si mostrarlo le restara valía; ella, a quien he admirado desde hace tanto tiempo, que se ha convertido en mi segunda madre. 
 
Di la vuelta y me coloqué detrás de la cortina que la separaba de otras camas en la sala de emergencia, no quería que me viera llorar, y seguía pensando, yo solo he venido a orar, solo he venido a orar, y le decía a Dios que yo no conocía el dolor por el que ella estaba pasando, pero que Él sí sabía y podía aliviarla; sin embargo, temí. Tuve mucho miedo. 
 
Jadat no me dejó sola, mis hermanos de ICPV que se comunicaron conmigo por Facebook no me dejaron sola, y me ayudaron a comprender que la oración es un arma cuyo poder y efectividad se eleva cuando escala al cielo con toda la fe de nuestro corazón.

Aquí sentada en el suelo de mármol, con el frío calándome los huesos porque soy muy terca para levantarme a buscar una frazada, o sentarme en el mueble, sé que Dios contestó todos mis clamores. Desde aquí observo a la esposa de mi papá durmiendo, si no plácidamente al menos más tranquila. Yo seré su guardián esta noche, y los ángeles serán nuestros guardas. Seguiré orando porque sé que Dios espera más de mí, esa es la misión que he de cumplir esta noche. Hablar con Dios por y para ella. 
 
Dios sí que me sorprendió con la lección de este día.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Corazón enfermo



Un cachorro triste es un cachorro enfermo. Todo el que tiene o ha tenido un perro sabe que estos animalitos siempre están llenos de vida, entonces, cuando pierden el ánimo que les caracteriza y permanecen cabizbajos, en algún lugar remoto de la casa, sin querer hacer nada ni comer, sabemos por instinto que algo anda muy mal con nuestro can. Hace tiempo yo tenía un cachorro (lo llamábamos Chango) que era bien vivaracho y listo, me encantaba jugar con él. Sin embargo, un día no quiso levantarse de su cama. Pensé que simplemente no estaba con las ganas de corretear ese día. Lamentablemente él siguió así en los días siguientes y cuando lo llevé al veterinario ya era demasiado tarde. Recuerdo entonces las palabras del doctor: “Un cachorro triste es un cachorro enfermo.” 

Se preguntarán por qué les cuento esta anécdota. Buen punto, ya lo explico. Hermanos, a veces, en nuestros corazones, somos como ese cachorro triste que se aleja y deja de comer y beber, y ya no quiere hacer nada. Estamos enfermos pero nadie a nuestro alrededor puede ver nuestro corazón para curarlo. Dios te hace la invitación y toca la puerta. Él es quien conoce el interior de las personas y tiene potestad para sanar y libertar. De parte de nosotros queda el levantarnos del sillón y atender al llamado. Nuestro Señor es paciente, pero puede ser que al igual que a Chango llegue un momento en que sea demasiado tarde. Un corazón triste es un corazón enfermo. Permitamos que nuestro Salvador nos cure el alma.
  

domingo, 16 de diciembre de 2012

La oveja Sam



Sam se escabulló debajo de la cerca y salió a campo abierto. Durante la noche, cuando las demás ovejas dormían, había escarbado la tierra con sus tiernas pezuñas, lastimándolas con las rocas y las raíces que encontraba. «No importa», se decía a sí mismo, «vale la pena el dolor con tal de salir de este lugar».

Sam quería escapar del redil, ya no le gustaba que el pastor le dijera hacia dónde dirigirse o que las otras ovejas le amonestaran cuando él se tardaba en responder al llamado de su cuidador. Estaba hastiado y quería ser capaz de hacer lo que quisiera, cuando lo quisiera, y de la manera en que lo quisiera.

De esa forma eran los pensamientos de Sam.

Cuando al fin se vio libre, ¡oh qué felicidad, cuanto gozo! Fue capaz de correr todo lo que quiso correr, durmió también todo el tiempo que se le antojó, y paseó de un lugar a otro feliz y contento sin preocupación alguna. Sam tenía tanto regocijo que se había olvidado de comer y beber, y caminó por el campo durante todo el día, disfrutando de todo aquello que el campo podía ofrecerle.

Entonces llegó la oscuridad, y con ella el cansancio, el hambre, la sed y el frío. Los árboles y flores que antes habían fascinado a Sam ahora se convertían en sombras espeluznantes que se movían con el viento bajo la tenue luz lunar, se transformaban en figuras horripilantes; y muerto de miedo se fue a buscar refugio. Pero no había en el campo lugar en dónde esconderse.

Entonces recordó a Mamá Ji, quien era la oveja más vieja de todas, que a pesar de que le corregía constantemente también le daba cobijo a su lado por las noches y le arrullaba antes de dormir. No pudo evitar pensar en sus amigos, todos estarían calentitos y con sus barrigas llenas. Por último recordó al pastor y entendió por qué no le gustaba que las ovejas salieran del redil. No se trataba de tenerlas bajo su control, se trataba de protegerlas de los peligros del campo.

A lo lejos vio una sombra gigantesca que se acercaba, y creyendo que iba a morir, Sam empezó a llorar, pensando en lo desdichado que era por haber abandonado su casa, a su familia y amigos, y al pastor que velaba por cada una de las ovejas.  Cuando la silueta se detuvo justo delante de él, cerró los ojos y se cubrió la cara con las pezuñas. «Este es el final», pensó, «me voy a morir y nadie me encontrará».

Sam esperaba sentir un dolor punzante, o una mordida desgarradora de parte de aquel monstruo; pero jamás pensó que fueran unas manos firmes pero suaves las que lo levantaran del suelo. Abrió los ojos bien grandes, y para su sorpresa la sombra gigantesca que le hizo temblar no era ni nada más ni nada menos que el pastor. Le estaba sonriendo con cara de alivio. ¡El pastor le estaba sonriendo! Sam sintió tanto en ese momento que comenzó a llorar de nuevo, pero esta vez por una razón muy alejada del temor. El pastor había ido a buscarle.

—Vámonos a casa, Sam— dijo, y al escuchar su voz Sam lloró más fuerte—. Es hora de que volvamos a casa.