domingo, 23 de diciembre de 2012

22 de Diciembre: Desde la Sala de un Hospital

Aun reinaba la noche. Apenas me levanté de la cama fui hasta el computador, Biblia en mano, y me senté a estudiar. En cada ocasión me pregunto qué lecciones tendrá Dios para mí. Apenas termino y abro el explorador para luego escribir la dirección de Facebook. Me he creado la costumbre de compartir hasta cierto punto lo que el Señor comparte conmigo. Pero esta ocasión fue diferente, totalmente inesperado. Alguien a quien nunca le había hablado escribió en su muro la situación crítica de su hijo, quien acababa de salir de un trasplante de hígado y esperaba una importante donación de sangre. No lo dudé por un segundo, le escribí un mensaje diciéndole que Dios estaba en control. Oré por él, a la distancia, de un hemisferio al otro, y recibió paz. 
 
Al despedirme del caballero escribí: “Nos vemos, que me espera tremendo día”. Yo no tenía idea de cuán ciertas serían esas palabras. Ahora, desde la habitación de un hospital, en la penumbra provocada por la tenue luz amarilla del pasillo, me pregunto si Dios no me estaba preparando para los acontecimientos que ocurrirían a solo unas horas de haberme despedido del señor del Facebook, si Él esperaba que yo recordara las mismas palabras que le dijera al argentino. Es muy probable que fuera de esa manera.

A las nueve de la mañana salí de casa con un bolso rojo rumbo a la Plaza de la Salud, acompañada de mi hermana, mi papá y su esposa, a quien llevábamos de emergencia por un abdomen agudo, y quien apenas cinco días antes había salido de una cirugía de apendicitis. Mientras iba en el auto pensaba, yo solo he venido a orar, solo he venido a orar, y cuando hablaba con Dios los ojos se me anegaban en lágrimas, y sentí pavor. Nunca antes había contemplado una mirada tan llena de dolor y miedo como lo vi en los ojos de ella; ella, a quien siempre he visto como una roca fuerte, una mujer de pelea, que esconde el dolor como si mostrarlo le restara valía; ella, a quien he admirado desde hace tanto tiempo, que se ha convertido en mi segunda madre. 
 
Di la vuelta y me coloqué detrás de la cortina que la separaba de otras camas en la sala de emergencia, no quería que me viera llorar, y seguía pensando, yo solo he venido a orar, solo he venido a orar, y le decía a Dios que yo no conocía el dolor por el que ella estaba pasando, pero que Él sí sabía y podía aliviarla; sin embargo, temí. Tuve mucho miedo. 
 
Jadat no me dejó sola, mis hermanos de ICPV que se comunicaron conmigo por Facebook no me dejaron sola, y me ayudaron a comprender que la oración es un arma cuyo poder y efectividad se eleva cuando escala al cielo con toda la fe de nuestro corazón.

Aquí sentada en el suelo de mármol, con el frío calándome los huesos porque soy muy terca para levantarme a buscar una frazada, o sentarme en el mueble, sé que Dios contestó todos mis clamores. Desde aquí observo a la esposa de mi papá durmiendo, si no plácidamente al menos más tranquila. Yo seré su guardián esta noche, y los ángeles serán nuestros guardas. Seguiré orando porque sé que Dios espera más de mí, esa es la misión que he de cumplir esta noche. Hablar con Dios por y para ella. 
 
Dios sí que me sorprendió con la lección de este día.

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