Se sentó junto a él
sin previo aviso, no porque mantuvieran fuertes lazos de amistad, sino porque
Dios así se lo pidió. Miguel apenas ladeó el rostro cuando Rafael tomó asiento,
enarcó las cejas a modo de saludo y luego continuó escribiendo en su ordenador.
— ¿Qué haces? —dijo
Rafael.
—Estoy posteando un
mensaje en Facebook— dijo Miguel, mirándole de soslayo sin detenerse.
— ¿Ah sí? —replicó
interesado—, ¿y sobre qué?
Miguel resopló y
rápidamente giró la cabeza hacia el lado contrario para ocultar un mohín.
Después cerró el ordenador, lo puso en la silla continua y luego se dirigió a
Rafael.
—Es sobre las
protestas contra la reforma fiscal. Estaba convocando gente.
Rafael lo observó por un momento, se llevó la mano a
la boca en gesto pensativo y luego preguntó—: ¿Contra qué vas a protestar?
—No le estoy
entendiendo, hermano— dijo Miguel mientras cruzaba una pierna sobre la otra —.
Se lo acabo de decir.
—Sí— desestimó Rafael
con un vaivén de la mano—, pero me refiero a el por qué. ¿Qué te motiva a
protestar?
Miguel puso expresión
incrédula para luego transformarla en una condescendiente.
—Creo que el alza
desmesurada de los impuestos es una razón válida— contestó.
— ¿Y por qué te
preocupa el aumento de los impuestos? — siguió cuestionándole Rafael.
— ¿Cómo que por qué?
—espetó Miguel quien ya empezaba a molestarse— Todo subirá; el margen entre
ganancia y gastos se va a reducir. El pueblo no lo va a soportar.
— ¿Por qué? —volvió a
decir Rafael.
—Óigame Rafael— dijo
indignado—, yo sé que usted tiene dinero, pero la reforma nos afecta a todos.
Maritza está embarazada y no sé cómo me las arreglaré para alimentar otra boca.
—Ah— dijo Rafael en un
tono de disimulado triunfo, como quien descubre a un tramposo—. Es que no
confías en Dios.
— ¿Qué? —preguntó
Miguel aturdido, con un halo rosa tiñéndole las mejillas. Rafael se cruzó de
brazos y suspiró. Sabía exactamente lo que le tenía que decir.
—Mi querido hermano—
empezó—, nuestro Dios es un Dios de justicia, y como hijos suyos tenemos hambre
y sed de esa justicia. Si vas a protestar por la reforma que sea porque la
justicia del cielo te quema con indignación y dolor para con el prójimo, y no
porque tengas miedo por lo que has de comer y beber. Si es lo primero, bendito
seas porque te mueve el juicio divino, si es lo segundo detente un momento y
pregúntate: ¿Te motiva la justicia del cielo o el miedo al porvenir? Esto
último no te hace mejor que los incrédulos que no esperan en el Señor.
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