jueves, 7 de febrero de 2013

¿Dónde horneas tus brownies?



A mí me encanta la pastelería;  no solo el comer esos bocadillos deliciosos, sino también hacerlos. Un día quise hornear unos brownies para unos amigos de la iglesia, y muy contenta llevé conmigo todo los materiales y utensilios necesarios. Iba tan confiada por sentirme preparada para la tarea. Cuando llego a casa de mis amigos empiezo a realizar los preparativos y  dejar lista la mezcla. Olía buenísimo; yo pensé “vaya, esto te va a quedar rico de veras, Esmeralda”.  Pero entonces sucede algo inesperado, al encender el horno  tuvo lugar una pequeña explosión por exceso de aire y gas (lo habíamos puesto a precalentar antes, se había apagado y no nos dimos cuenta). 

En fin, tuve que ir con una de las presentes a su casa para usar su horno. La temperatura nos hizo una mala jugada: en la superficie se quemaban y debajo quedaban sin cocer. En este punto se me querían salir las lágrimas. Regresamos a donde los demás y se comieron el brownie, dijeron que estaba bueno aunque no se veía tan bonito (si uno de los presentes aquella noche lee esto, que sepa que lo o la llevo cerca del corazón).

¿A qué voy con todo esto?  Pues que el fracaso de mis brownies fue que simplemente cambié de horno. Me aventuré a lo de afuera, y aunque esto no es en absoluto malo cuando se trata de cocina (es más, le animo a aventurarse a la cocina de su vecino siempre y cuando cubra parte de los gastos), ¿qué sucedería si dejara su “horno” espiritual en busca de otros “hornos”? ¿Qué sucede cuando se cambia la “temperatura” precisa que nos moldea el alma por experimentar otro clima? Pues que irremediablemente en lugar de obtener la obra maravillosa del “pastel” espiritual que Dios está preparando en usted, solo “horneará” una versión distorsionada por el pecado de lo que su vida debió haber sido.

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