Sin
santificación no se obtienen frutos. Solo por el toque del Espíritu Santo se
puede lograr exterminar aquellas actitudes y comportamientos que envenenan
nuestra alma. Únicamente al permitir que el Espíritu de Dios nos transforme, es
cuando veremos en nuestras vidas frutos dignos de arrepentimiento. El mejor
ejemplo que puedo darles es una historia donde se muestra a la perfección esta
mecánica.
Había
una vez un huerto donde abundaba el pasto, los riachuelos y cuyo firmamento era
siempre azul y nunca se volvía de noche. Los hombres que llegaban a esa
llanura, fascinados, pedían quedarse a vivir en ese lugar. El cuidador del
huerto les respondía que podían quedarse allí con la condición de que se
volvieran árboles que dieran fruto. Algunos de esos hombres, temerosos por las
palabras que dijera el cuidador, dieron la espalda y regresaron por donde
habían venido. Otros recibieron el toque del cuidador para transformarse en
árboles, pero al ser un proceso tan doloroso, también dieron la espalda y
regresaron por donde habían venido. Por último, hubo un grupo de hombres que se
dejó transformar por el cuidador del huerto, y soportando el proceso de
santificación, se volvieron árboles frondosos que dieron abundante fruto; pues
estos tenían en su corazón la mirada fija en pertenecer al huerto maravilloso
que regresar a las tinieblas de donde habían salido.
Foto: Omar Ureña
Foto: Omar Ureña
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