No necesitas escuchar literalmente la voz de
Dios para saber que Él te habla. Tampoco necesitas ver el agua convertida en
vino o las heridas de Jesús en sus manos para saber que existe.
La fe que surge por la convicción de un
corazón transformado es la que en verdad adorna el alma. ¿De dónde surge tu fe?
¿Flaquea en los momentos de prueba porque no percibes "el buen obrar"
del Señor en tu vida? O, por el contrario, ¿se fortalece por el convencimiento
de que toda prueba tiene salida en nuestro Señor?
Bendito sean aquellos que pueden oír la voz de
Dios; pero doblemente sean bendecidos lo que pueden escuchar a Dios sin
necesidad de oír una voz que les hable. Amén.
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