No
permitiré que me sea arrebatada la bendición, la paz, el amor y la sabiduría
que solo viene a través de Jesucristo. A aquello que me turba cada vez, sin
excepción ni tregua ni descanso, que me persigue como depredador hambriento,
como serpiente que se retuerce en mis entrañas y golpea las columnas de mi
templo; a eso, a eso le digo que no permitiré… NO permitiré que me arrebate lo
que Dios tiene para mí.
Me
niego a jugar en las artimañas del enemigo, me niego a dejarme llevar por
intenciones débiles y pueriles, me niego a vivir esta situación por segunda
vez. Yo hoy declaro la grandeza de Dios en mi vida. Y a ti, destructor, te
digo, que aquel que me respalda es más grande y más poderoso que tú. No te
equivoques que mi Papá es Rey.
Cuando
he caído ha sido por la liviandad de mi corazón, por mi endeble voluntad; pero
¡oh gloria!, hay uno que transforma los corazones y los hace de carne. Bendito
Jehová, eres fiel. Durante la alabanza lo pude ver claramente, una imagen de
cielos abiertos y un Dios amoroso extendiendo su mano, y un único mensaje:
levanta tu mano para que te pueda tocar. Él está aquí, la invitación está
hecha, ¡levanta tu mano! ¡Vence en Cristo!
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